sábado, junio 8

La imagen de la humanidad perdida

Hay una imagen grotesca que me inquieta de cierta manera, cuando uno mira al mar, ve en toda esa plataforma de agua la realidad de la inmensidad, frente a tus ojos se describe un espacio impenetrable, la sublime fuerza de la profundidad uniforme del mar, y no es que esté exagerando!, no hay palabra que esperar como reacción frente a tal despliegue de espacio, tan solo la sensación de un vértigo artificial, ese vacío en el estómago, el temor del cielo estrellado, o de la explosión de un volcán, la inquietud de la noticia de alguna desgracia humana, sólo producto de la imagen interminable de mar, en donde el horizonte es igual que el comienzo del océano.

Sin embargo la imagen grotesca aparece cuando se coarta esta inmensidad, imagínense que comienza a aparecer un muro de piedra blanca que interrumpe violentamente al homogéneo espacio, y comienza a encerrarlo, la sensación que produciría es igual a que insultasen a tus padres, o a humillar al justo y viejo rey en la plaza pública, la sensación desgarradora de un violación a los altares que haz formado.

La imagen llama la atención porque recuerda un poco a ese potencial humano mal utilizado, ¿Cuanta humanidad hemos perdido? ¿Cuánto espacio hemos perdido? Me refiero a esa actitud comunal y entre nosotros, al respeto y a la responsabilidad, aún tengo la fe que sean naturalmente valores básicos en las personas, como Ana Frank tenía la fe de que, en todas las personas, en condiciones normales, brilla una chispa divina.   ¿Cuál es la muralla entonces? La satirización de los deseos abstractos humanos.
Es obscena la cantidad de propaganda en las calles, tanto así que las personas naturalizan el consumo como una necesidad humana, la propaganda es una forma de educar a las sociedades a base de un concentrado de sus propios deseos abstractos, mostrados de una forma pornográfica para el intelecto, no sólo se ve en las marcas o las industria con un producto directo, se ve en las redes sociales virtuales, en donde la proximidad que hablaba Heidegger es absolutamente perdida, y precisamente porque la gente soslaya el sufrimiento, actúa sin responsabilidad, habla sin hacerse cargo, hace sin acatar la consecuencia, actúa que hace el bien, hacen el deber no por mor al deber si no por la imagen, ¿Dónde está la sinceridad allí?

Es una fiebre ver las luces de Neón, con ese calor enfermo en las mejillas cuando las luces se funden en la oscuridad de una ciudad húmeda, me produce enfermedad, y temor por ello. Ver la acalorada imagen de una ciudad deprimida, y de todos modos sentir frío, tal como las nauseas nihilistas de lo domingos por la tarde cuando el sol se esconde, y la depresión viene precisamente por ese frío, y el frío viene precisamente por la falta de calidez entre las personas, el plástico, el maquillaje, el dinero, las industrias, las risas de oro, la prostitución, el sexo, el estatus, todo ese asco envuelto que sale apresurado del cuerpo de una persona natural es un cuadro omnipresente en las sociedades enfermas, enfermas de ira, enfermas de distancia y de falta de comunidad y de humanidad. Me refiero sólo al respeto de pequeñas ceremonias, como el desayuno, el baño, el saludo, el almuerzo, la compra al mercado de la ciudad, hay una filosofía potente ubicada en el quehacer cotidiano de una persona, exactamente por lo próxima que es en el acontecer de su mente y de la psicología diaria del humano, hay un secreto fuerte allí que es lastimado todos los días, como quien fuma por placer pero envenenan a sus pulmones y tal dolor está escondido y pasa por alto para el fumador, pero allí están sus pulmones quemándose día a día.

¿Qué debe hacer el hombre? volver a ser el humano.

Cuidado! el desierto se expande, ay de aquel que lleve desierto en su interior... ay de aquel que amuralle su mar.

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